miércoles, 15 de enero de 2014

Abdicación: un sorpresivo debate

Juan Manuel Blanco [en Vozpopuli.com]
Pareciera que los hados, tan favorables antaño, se han conjurado últimamente contra la Corona. Viento en popa, la vela de Juan Carlos recogía todas las brisas, avanzando sin temor entre bajíos y arrecifes. Hasta que un día, un yerno codicioso, una peligrosa cacería de elefantes, una dudosa compañía femenina y una caída tan fortuita como inoportuna… daban al traste con tan feliz trayectoria. Y, para colmo, su propia hija, imputada, prestará declaración en el juzgado. Obligada, no motu proprio, pero haciendo de la necesidad virtud.

¿Se ha ensañado el destino con el Rey? Es muy improbable. La culpa, querido Bruto, no es de nuestra mala estrella sino nuestra”. El crepúsculo de la Corona es la culminación de un proceso de degradación cuyas raíces se hunden décadas atrás. Un fenómeno que corre parejo a la acelerada descomposición del Régimen de la Transición. Sin embargo, la caída no es lineal sino que, sospechosamente, tiene un antes y un después. Hay un indeterminado momento crucial, un punto de no retorno a partir del cual algunos medios de comunicación, siempre amordazados por la más estricta autocensura, comienzan a airear las vergüenzas del Monarca, como si éste hubiera perdido el favor de ciertos grupos de poder que antes brindaban su apoyo incondicional. ¿Qué pudo causar este cambio de actitud?


Todo comenzó en la Transición, cuando se estableció una profunda divergencia entre las funciones que la Constitución otorgaba al Rey y el papel que verdaderamente representaría. Las “instituciones informales”, esas normas no escritas basadas en costumbres y acuerdos tácitos entre los círculos de poder, marcaron desde el principio la actuación de la Corona, sustituyendo a las leyes. Y transformaron radicalmente las perspectivas vitales de Juan Carlos. Quien ejerce meras funciones representativas y moderadoras carece de oportunidades para introducirse en el tráfico de prebendas. Difícilmente puede otorgar favores quién nada decide. Sin embargo, el Rey conservó de facto, parte de los poderes heredados.
Los moscones alrededor de la miel
En la práctica, Juan Carlos mostró siempre una gran capacidad para influir en la política nacional o para teledirigir la acción de los servicios secretos, la fiscalía, la abogacía del Estado o la Agencia Tributaria. Y, como muestra del acrecentado poder, proliferó a su alrededor una caterva de dudosos personajes que, sin tratarse de los Reyes Magos, ofrecían numerosos regalos. En busca de favores, claro. El revoloteo de los moscones delataba el escondrijo de la codiciada miel. Encaja en este esquema el caso Urdangarin, con políticos y empresarios accediendo de buen grado a abultados pagos al considerar, presuntamente, que estaban comprando futuros favores del Rey. 
La inviolabilidad del monarca, justificada para las actividades oficiales, se extendió abusivamente a todos los aspectos de su vida privada. Los políticos no fueron conscientes de que se trataba de un arma de doble filo pues esta inviolabilidad no implica que la responsabilidad quede en suspenso o impune sino que recae sobre las autoridades que refrendan, por acción u omisión, presuntamente sus actos. El Rey no es procesable pero si cometiere alguna irregularidad, la infracción podría ser atribuida al gobierno correspondiente. 
Los poderes informales del Rey, el carácter exhaustivo de la inviolabilidad, la ausencia de oportunos mecanismos de control sobre la Corona y la radical opacidad, condujeron irremisiblemente a comportamientos peligrosos, de difícil digestión. Sin embargo, la mayor parte de la prensa, ejerciendo su proverbial autocensura, ofrecía invariablemente una visión tan falsa como idealizada del Monarca, ocultando o edulcorando los aspectos más vergonzantes. Hasta que, a partir del batacazo de Botsuana comienza a hablarse abiertamente, no ya en petit comité, de sus negocios, de su agitada vida privada o de la abultada fortuna que la prensa extranjera le atribuye. Como la Monarquía se fundamenta en aspectos emocionales, los lazos de afectividad con el pueblo se rompen definitivamente una vez comprobada la falta de ejemplaridad de su titular. Y el agua sucia embalsada en la enorme presa fluye rápidamente a través de las grietas y resquicios, agrandándolos paulatinamente hasta que todo se desmorona.
De repente, el debate de la abdicación
Si por muchos años se mantuvo en pie el castillo de naipes, si durante décadas la prensa ocultó eficazmente la información comprometida, ¿cómo se explica el cambio de actitud? ¿Cuál fue la colosal fuerza que volteó la tortilla hasta lograr que el Rey perdiera por primera vez la batalla de la opinión pública, impulsando el debate de su abdicación? Puede que el cántaro se rompa al frecuentar tanto la fuente. O que una determinada gota colme el vaso de la paciencia. Incluso que Internet haya quebrado el férreo control político sobre la información, debilitando las bases de la autocensura.
Pero tampoco es descartable que nos encontremos ante una de esas despiadadas luchas de facciones que caracterizan los finales de Régimen. Al igual que en los estertores del franquismo, algunos grupos podrían haberse alineado con el Príncipe y, aprovechando la mala salud de Juan Carlos, impulsado por métodos variados una abdicación que desplace, en su beneficio, a los que se encuentran en la órbita del Rey. Un nuevo, y posiblemente estéril, intento de reproducir en el futuro ese sistema de intercambio de favores que ha caracterizado el Juancarlismo.
Nada resolverá una abdicación sin enmendar los graves defectos de diseño del sistema político, verdadera causa del presente desastre. Quienes  argumentan que el Príncipe está muy “preparado” olvidan que la Monarquía no puede basarse en las cualidades o la buena voluntad de su titular sino en estrictas reglas, adecuadas leyes, eficaces mecanismos de control y garantía de trasparencia. El simple cambio de persona podría conducir a frustración y a un acrecentado desgaste. La sola idea de un Felipe intentando tejer con los mismos mimbres que su padre ofrece una perspectiva muy poco prometedora.
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4 comentarios:

  1. Leo con incredulidad: “En la práctica, Juan Carlos mostró siempre una gran capacidad para influir en la política nacional o para teledirigir la acción de los servicios secretos, la fiscalía…”
    Está visto que recurrir a lo mas pueril del inconsciente colectivo, para el cual el pobre es bueno y el rico es el malo, da mucha cancha mediática.
    Es un hecho contrastado por la historia reciente, que nuestro Rey es una mera figura decorativa, que el ha asumido con complacencia, a cambio de que una burbuja de opacidad le cubra tanto en sus negocios familiares como en sus andanzas de Don Hilarión de alcurnia.
    Muchas veces desde la transición, muchas cabezas sensatas desde altas instancias, han demandado que el Rey moviera ficha para poner coto a los dislates de la política patria, sin el menor resultado, a causa de ese acuerdo de origen, desde la restauración monárquica ultima, de que simplemente prestara su figura y su linaje, como un comparsa de opereta.
    Si la afirmación que trascribo al principio fuera cierta, sería el primer caso en la historia, de monarca que propicia y consiente el menoscabo y la disolución de alguna parte de su reino, no solo con absoluta pasividad si no con aquiescencia….como es nuestro caso.
    Que don Juan Carlos, a campado a sus anchas dentro de los limites de inoperancia que le han marcado los dos partidos-estado que tenemos que soportar, está fuera de toda duda, pero llegar a creer que la raíz de los males que padecemos como pueblo, a consecuencia de nuestra propensión genética a la visceralidad y a la pereza intelectual, contrarrestada con una hipertrofiada emotividad en nuestras acciones, se extirparía si la monarquía sucumbe o si el Rey abdica, es una chorrada culpable, por parte de los que tienen la capacidad de inclinar la opinión.

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    1. La respuesta está en el texto:
      "Quien ejerce meras funciones representativas y moderadoras carece de oportunidades para introducirse en el tráfico de prebendas. Difícilmente puede otorgar favores quién nada decide".
      Si no pinta nada, si es una mera figura decorativa, no puede mercadear favores, ni involucrarse en "negocios". Nadie hubiese pagado un euro a Urdangarin (yerno de una figura decorativa que no puede conceder a cambio más que un apretón de manos). Sólo el poder permite corromperse. El que no lo tiene, no puede.

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    2. Precisamente la irracionalidad y el papanatismo patrio, han propiciado por ejemplo, que sentar a Urdangarin a la mesa o recibir su sonrisa al rozarle la mano, supongan un subidón de “sensaciones” que han merecido la entrega incondicional no solo de de nuestros afectos sino de nuestras carteras.
      La ficticia labor humanitaria de semejante pillo, ha estado avalada por la subconsciente certeza, de que cubrir a una infanta con prontitud y entrega, como si de una toreril “faena” se tratara, tiene su merito y merece su premio, aunque en este caso el rabo lo ponía él.
      Que la biografía de una tal Belén, trufada de exabruptos y mentecateces, sea récor de ventas, en un país cuyas tasas de comprensión de lectura es de las más bajas del mundo y esté justificado en el hecho de que esa señora yacio con un torero, y al parecer sufrió la más altas dosis de frustración del reino, por su desdén, es el caso simétrico al del otro, por suerte para la igualdad genero, que yacio con infanta y también fue récor de recaudaciones.
      No se sabe que el tal “Urdanga” haya desenfundado la “pipa”, en tan lucrativo empeño, pero los talones volaban a sus manos como las avecillas de Asís acudían al Santo.
      Tener que inventar lógicas sobre hechos tan irracionales, solo dice de nuestra incapacidad de juicio para reconocer nuestra débil condición y el nulo reconocimiento de nuestros propios errores.
      Que hay que linchar, pues se lincha, que son dos días, pero tan dinero público es, el que se beneficio el nota, como el del IVA que no pagamos, cuando el fontanero nos desatasca en casa.

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    3. Precisamente la irracionalidad y el papanatismo patrio, han propiciado por ejemplo, que sentar a Urdangarin a la mesa o recibir su sonrisa al rozarle la mano, supongan un subidón de “sensaciones” que han merecido la entrega incondicional no solo de de nuestros afectos sino de nuestras carteras.
      La ficticia labor humanitaria de semejante pillo, ha estado avalada por la subconsciente certeza, de que cubrir a una infanta con prontitud y entrega, como si de una toreril “faena” se tratara, tiene su merito y merece su premio, aunque en este caso el rabo lo ponía él.
      Que la biografía de una tal Belén, trufada de exabruptos y mentecateces, sea récor de ventas, en un país cuyas tasas de comprensión de lectura es de las más bajas del mundo y esté justificado en el hecho de que esa señora yacio con un torero, y al parecer sufrió la más altas dosis de frustración del reino, por su desdén, es el caso simétrico al del otro, por suerte para la igualdad genero, que yacio con infanta y también fue récor de recaudaciones.
      No se sabe que el tal “Urdanga” haya desenfundado la “pipa”, en tan lucrativo empeño, pero los talones volaban a sus manos como las avecillas de Asís acudían al Santo.
      Tener que inventar lógicas sobre hechos tan irracionales, solo dice de nuestra incapacidad de juicio para reconocer nuestra débil condición y el nulo reconocimiento de nuestros propios errores.
      Que hay que linchar, pues se lincha, que son dos días, pero tan dinero público es, el que se beneficio el nota, como el del IVA que no pagamos, cuando el fontanero nos desatasca en casa.

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