Juan Manuel Blanco [en Vozpopuli.com]
El mediático caso de Rodrigo Rato no es un hecho aislado sino la punta
de iceberg que asoma un día sí y otro también de la putrefacta política
española. En contra de lo pregonado por voceros gubernamentales, el rosario de
escándalos no prueba que el sistema funcione ni que los corruptos reciban su
merecido. Indica, más bien, que la corrupción no se compone de episodios
excepcionales, ni se limita a individuos concretos.Es, por el contrario, estructural y
sistémica. Constituye la regla, no la excepción. Estirando de
una cereza, acaban saliendo casi todas. El presente episodio sería un caso más,
sin especial relevancia, si no fuera porque la singular arrogancia y peculiar
trayectoria del personaje confieren un intenso atractivo mediático. Quizá en su
fuero interno, Rato pudiera pensar lo mismo que Urdangarin: "tan sólo hice
lo que siempre vi".
El lamentable proceso comenzó en la Transición, cuando los
partidos acordaron sufragar gastos vendiendo favores desde el poder.
Establecieron las bases de una corrupción industrial y organizada que
remplazaría los artesanales métodos vigentes. El objetivo era garantizar a las
grandes formaciones enormes recursos, una notable ventaja comparativa con la
que perpetuar el cerrado sistema de turnos. Quizá el plan
original limitara estas depravadas prácticas a la financiación de los partidos,
pero una vez la bola comenzó a rodar, nadie pudo, quiso o intentó frenarla.
Intermediarios, aventureros y aprovechados descubrieron rápidamente que la
ausencia de controles, la pasividad de la ciudadanía y las ubicuas prácticas
irregulares, constituían un fantástico caldo de cultivo para enriquecerse a
costa del contribuyente.
La financiación de los partidos se convirtió en la excusa,
la enorme coartada que ocultaba un ingente flujo de dinero a bolsillos
privados. Un latrocinio que, por acción u omisión, salpicaba a toda la clase
política, aunque algunos no se beneficiaran personalmente. Todo el sistema
acabó sucumbiendo a una irresistible corriente que primaba el favor sobre el
mérito, el privilegio sobre el derecho, el clientelismo sobre transparencia.
Los dirigentes difuminaron a su antojo la frontera que separa lo público de lo
privado con la complicidad de una prensa
oportunamente silenciada por el vil metal.
¿Un mal menor?
Aun así, algunos vieron en todo ello un mal menor. La
corrupción, aun intensa y grave, parecía limitada a las alturas, circunscrita a
la clase política. En España, pensaban, la podredumbre no bajaba a ras de suelo
ni contaminaba otras instancias. Nada parecido a esos países donde el ciudadano
debe pagar mordidas cada vez que se cruza con algún funcionario o agente de la
autoridad. Pero se trataba de un mero espejismo. Semejante grado de
putrefacción siempre se contagia, se expande, se filtra por todos los
recovecos, emponzoña todo los ámbitos. Los abominables métodos se desparramaron
por todo el Estado, se trasladaron a la sociedad civil por
la tolerancia interesada y el ejemplo, unas vías de contagio
que multiplican y esparcen los gérmenes patógenos por doquier.
Las grandes empresas, pagadoras de comisiones, comenzaron
a primar las relaciones con el poder, el intercambio de favores, en detrimento
de la eficiencia o la buena gestión. El éxito no provendría del talento o la
innovación sino de una legislación favorable, cortada a medida por un diligente
sastre que pasaba la factura por adelantado. Demasiados funcionarios callaron
ante lo que acontecía delante de sus narices y los pocos que alzaron la voz
sufrieron represalias. Y, gracias a unos oportunos cursillos de
formación, patronal y sindicatos aprobaron con nota suficiente para entrar por
la puerta grande del sistema.
En un régimen pervertido hasta la médula, el
poder se vale de cualquier método, por muy sucio que sea, para doblegar
voluntades. Llega incluso a fomentar y tolerar la corrupción de ciertos
individuos, a hacer la vista gorda para tomar nota, recabar la información
pertinente y componer los famosos dossiers, esos documentos
que servirán para airear trapos sucios o ejercer un chantaje. El procedimiento
cobra especial gravedad cuando se trata de doblegar la voluntad de jueces. Los
manejos de Luis Pascual Estevill,
que utilizaba la amenaza de prisión para exigir a los acusados grandes
cantidades de dinero, eran bien conocidos en los años 90 y, a
pesar de ello, fue nombrado vocal del CGPJ.
¿A pesar de ello? No, probablemente por ello. Manejable es
aquél que tiene mucho que ocultar. Desde entonces, incesantes rumores avisan
sobre turbios enjuagues en la justicia, últimamente acerca del nombramiento de
administradores concursales. Agua de borrajas. ¿Hay algún otro
Estevill en cargos de gran responsabilidad?
La sociedad no es inmune
Como el pescado, los regímenes comienzan a pudrirse por la
cabeza. Juan Carlos marcó la pauta en el generalizado
tráfico de favores, influencias y cobro de comisiones. Algunos matarían por
contemplar el conjunto de documentos que, colocados sobre la mesa, resultaron
infalibles para lograr su abdicación. Seguramente, por
limitación de espacio, se trató de una mera selección de dossiers, no de la colección completa.
Otras veces, la información sensible sirve para ofrecer
una cabeza en bandeja de plata, arrojar a los leones quien pierde el favor del
poder o disparar en el curso de una lucha intestina. También permite lanzar a
la opinión pública un buen hueso para roer. Rato debe ser investigado, por
supuesto, escudriñando hasta la última trapisonda. Pero
hay demasiados áticos, hípicas, enriquecimientos súbitos, puertas giratorias
que quedan impunes. O asuntos sospechosos como el controvertido
despacho Equipo Económico, con buenas pistas para que el ministro de Hacienda, Cristóbal
Montoro, pueda realizar indagaciones. Siempre que no disponga
ya de la información completa, claro.
Desgraciadamente, la
sociedad no es inmune a los mensajes implícitos, a los perversos incentivos que
rezuma el sistema. Hay que tener mucha convicción, entereza y
fuerza de voluntad para cultivar la excelencia profesional, el conocimiento, la
honradez, los principios o el juego limpio allí donde el amiguismo, la relación
personal, el enchufe, la trampa, la arbitrariedad y el peloteo son las únicas
vías para medrar.
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y el vividor BARBUDETE PIJO DE DERECHAS M.A. RODRIGUEZ ex-portavoz aznarino sale histérico, VD NO QUIERE A SU PAIS !!
ResponderEliminarHAY QUE JODERSE en la Ruina de Spain fin civilizatio
http://kaoshispano.blogspot.com.es/2015/04/colapso-politico-sureno-en-spain-putera.html