Juan Manuel Blanco [en Vozpopuli.com]
Una gigantesca marea
de corrupción inunda el sistema político mostrando nítidamente la profunda
podredumbre del Régimen. La ciudadanía, indignada, no divisa con claridad el
final del túnel ¿Acabará la pesadilla o estamos condenados a revolcarnos por
siempre en el lodo? ¿Se trata de nuestro sino, del inevitable destino, o
existen opciones de cambio? ¿Son los nuevos partidos una garantía de
regeneración? ¿Saldremos del círculo
vicioso de favoritismo y corrupción? Sencillo no es. Pero tampoco imposible:
Suecia lo consiguió.
En un reciente artículo, B.
Rothstein y J. Teorell analizan
en profundidad los cambios que transformaron completamente el marco
político sueco durante el siglo XIX, una inusitada evolución desde un régimen
patrimonialista, de intercambio de favores, hacia un Estado objetivo e
imparcial. Hacia 1800, Suecia era uno de
los países más corruptos del mundo. La omnipresente podredumbre había alarmado
en 1771 al recién llegado embajador francés, Charles Gravier de Vergennes, quien describiría en sus cartas la tremenda
arbitrariedad y el desafuero que imperaban en ese reino. Según Vergennes, los
dirigentes y servidores públicos mostraban un extremado grado de deshonestidad,
envilecimiento y degradación. Una situación muy similar a la de la España
actual.
La catastrófica derrota ante las tropas rusas en 1809 privó
a Suecia de un tercio de su territorio, generando un poderoso revulsivo en la
conciencia de la clase dirigente. Muchos atribuyeron la responsabilidad del
desastre a la corrupción, al sistema patrimonialista que otorgaba los grados en
el ejército, no a los más formados y capaces, sino a quienes pagaban por ellos.
En efecto, los cargos oficiales se compraban y vendían. Comenzó a extenderse la
percepción de que la propia existencia de la nación se encontraba en peligro.
Sólo una catarsis podría evitarla.
Reformas profundas,
intensas, radicales
Los cambios comenzaron poco después, entre ellos la
sustitución de la dinastía reinante. Jean-Baptiste
Bernadotte, general del ejército de
Napoleón, es proclamado rey. Las reformas continúan y ya no cesan,
acelerándose entre 1855 y 1875 de manera
tan profunda y radical que transforman completamente la faz del país. Y alteran
drásticamente la conducta de los gobernantes, la actitud de los servidores
públicos y la mentalidad de las gentes. En medio siglo, Suecia abandona la
corrupción generalizada para convertirse en uno de los países más limpios. Por
supuesto, no necesitaron cambiar la base
étnica o cultural, esa esencia que, según algunos, determina el destino de los
países. Bastó con reformar profundamente las instituciones.
Para salir de un régimen de latrocinio generalizado son
inútiles los cambios parciales o timoratos. Absurdo es el pretendido pacto
anticorrupción entre partidos, un ridículo gesto de cara a la galería. Las reformas deben ser profundas intensas,
radicales, continuadas. Deben transformar las expectativas de la gente, su
percepción del comportamiento de los demás. Es la conocida teoría del Big Bang, el colosal impulso, la volea
capaz de vencer la enorme inercia, superar la fuerza gravitatoria y lanzar el
sistema a una órbita distinta. Aun así, ésta solo es la parte sencilla. Se
conocen bien las reformas necesarias para superar la corrupción sistémica, la
putrefacción, los regímenes patrimonialistas, pero mucho peor las condiciones
que impulsan a un país a llevarlas a cabo. ¿Cuáles son las circunstancias que
conducen a dirigentes y ciudadanos a acometer con seriedad y disposición los
cambios? El verdadero enigma no es cómo
sino por qué lo hicieron. "Lo difícil no es saber dónde está el alcohol
sino encontrar a alguien dispuesto a enfrentarse a Al Capone".
El caso sueco es ilustrativo por su excepcionalidad: los sistemas
cerrados raramente evolucionan. Un
marco institucional como el español, corrupto, personalista, basado en
privilegios e intercambio de favores constituye un equilibrio muy robusto, un potente círculo vicioso que se refuerza
constantemente: ninguno de los
participantes posee incentivos individuales para impulsar el cambio. Las élites por motivos obvios. El
sistema extractivo las protege de la competencia, permite a sus integrantes,
sean políticos o grandes empresarios, repartirse rentas de mercados cautivos,
aprovechar retorcidas leyes en beneficio propio. Para Rothstein y Teorell fue la visión del abismo el factor que pudo empujar a
las clases dirigentes suecas a renunciar paulatinamente a sus privilegios para
evitar el hundimiento de la nación. No parece el caso de España, donde unas
clases gobernantes retrógradas, miopes, ocupadas en contemplar su ombligo, no
suelen mover un dedo ante un perspectiva catastrófica.
La fuerza de las
ideas
El ciudadano de a pie tampoco
posee grandes motivaciones para enarbolar la bandera del cambio. Desde una perspectiva de cálculo individual,
no compensa incurrir en los costes y riesgos que implica organizarse para
impulsar la regeneración, una acción cuyo beneficio, en caso de éxito, ser
repartirá entre todos. Ya lo señaló con agudeza Mancur Olson: resulta bastante más fácil organizar grupos que
persiguen intereses particulares que aquellos que promueven el interés general.
Cada sujeto juzga mucho más rentable dedicar los esfuerzos a colocarse
adecuadamente dentro del sistema, buscar un puesto de privilegio, que a
intentar cambiar el marco político.
Quizá por ello, no
todos los que hablan de regeneración lo hagan por motivos puramente altruistas.
El discurso ha servido en ocasiones como elegante disfraz, estrategia de
marketing o vía para medrar, ascender en el escalafón. Desgraciadamente, los
nuevos partidos atraen arribistas como un potente imán al ritmo de las perspectivas
electorales. Y los recién llegados
descubren rápidamente que no resulta tan fácil renunciar a la dulzura de los privilegios.
La regeneración
política es imprescindible para la sociedad pero muy costosa para aquellos que
intentan sinceramente impulsarla. Ésa es la verdadera tragedia. Sólo la fuerza de las ideas, la convicción,
la generosidad, los principios, son capaces de romper el fatídico círculo
vicioso, generar esa voluntad que mueve montañas, que impulsa a muchos
ciudadanos a actuar de forma desinteresada en pos de aquello que consideran
justo y conveniente. Si Suecia fue capaz... nosotros también. Pero hace falta
una actitud mucho más activa, consciente y generosa.
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Nuestro problema es de educación, verdadera educación. No el desastre que padecemos. Este desastre, fruto de nuestro sistema educativo, produce una gran masa de personas ignorantes, que pueblan y empobrecen España. No solo ignorantes de lo que son los valores democráticos, sino ignorantes en el sentido más llano de la palabra.
ResponderEliminarcomo dijo Vazquez-Figueroa, HASTA QUE NO SE CUELGUEN 10 POLITICOS Y 10 BANQUEROS EN LAS PLAZAS PUBLICAS, nada podrá cambiar...
ResponderEliminarHAY BARRA LIBRE por el campechano I megaforrado suizo TAPADO, y por el 11M que impunizó eterna estatalista a la Casta politica-funcionarial SOCIALISTA.
LAS DOS CLAVES, aparte de las que da Monedero en la University masoneta catolicona sureña LA COMILLAS de paco1 jesuitas, claro.....